Contra la dictadura de lo políticamente correcto

Las sociedades actuales se están dejando dominar por las modas, conformismos, ambigüedades, resultados de encuestas, inconsistencias, rentabilidad electoral, consumismo y estrategias mediáticas. Las ideas y los ideales, los principios, los valores y el sentido común... ¡están secuestrados! Nos estamos convirtiendo en víctimas de lo “políticamente correcto”.

Desde hace algunos años, el lenguaje común se ha ido modificando para suprimir algunos términos que se consideran inadecuados y sustituirlos por otros que aparentemente resultan menos agresivos e incluyentes. Así, ya no tenemos viejos sino adultos mayores; ya no hay inválidos sino personas con capacidades diferentes; ya no existen los homosexuales sino los gays.

En sí mismos, esos cambios en el lenguaje no son el problema. Lo que nos preocupa es que va permeando una cultura en la que no se nos permite llamar a las cosas por su nombre. Se está fomentando el subjetivismo moral y estamos llegando a extremos en que resulta permitido hablar de cosas vanales y sin sentido, pero se nos prohíbe defender nuestros principios y valores, puesto que se considera que podríamos ofender a los que no piensan como nosotros.

Bajo el pretexto de que es necesario procurar una actitud de respeto, tolerancia y sensibilidad hacia los miembros de los grupos minoritarios, se está llegando al extremo absurdo de considerar incorrecto que no se piense igual que ellos.

Dichos políticos, por el miedo a quedar mal con algún grupo, se abstienen de tomar posturas y defenderlas. Quisieran estar siempre de acuerdo con todos y aceptan como válidas todas las opiniones. Para ellos, resulta peligroso tener ideas claras.

Los gobernantes esclavos de lo “políticamente correcto” renuncian a aplicar la ley por razones de oportunidad política o de conveniencias personales. Destinan presupuestos a obras que lucen en perjuicio de las imperiosas pero que no se ven. Prefieren cuidar su imagen personal antes que tomar medidas que resulten “dolorosas pero necesarias”.

Combatamos la mediocridad de lo “políticamente correcto”. Es hora de exigir tolerancia a los que nos califican de intolerantes por el simple hecho de que no les gustan nuestras ideas. Tenemos que defender a la familia y a la vida humana sin miedo a que nos califiquen de ultraderecha, del mismo modo que debemos luchar contra la pobreza y por los derechos sociales sin temor a que nos etiqueten de zurdos.

Sigamos defendiendo la dignidad de la persona humana; persistamos propugnando por un correcto orden social bajo los principios de bien común, solidaridad y subsidiariedad; continuemos bregando por construir un Estado democrático de derecho.

Por supuesto que no se trata de imponer por la fuerza nuestra forma de pensar a los demás, pero eso no implica renunciar a la oportunidad de enseñar y compartir nuestras razones.

Publicado en La Nación en 2005.

 

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