Democracia y relativismo ético


El cardenal Joseph Ratzinger, durante muchos años, ha convocado a los hombres de buena voluntad a lidiar una batalla contra la “dictadura del relativismo”.

En especial, causaron conmoción sus palabras cuando pronunció la homilía de la misa con la que dio inicio el pasado Cónclave. Atendiendo a esta sacudida a las conciencias, vale la pena hacer algunas reflexiones sobre el tema.

El relativismo contamina la mentalidad contemporánea. Se nos reitera que nada es verdad puesto que todo depende del cristal con que se mira. Quieren hacernos creer que no existe una verdad absoluta, válida para todos los hombres.
Así, se llega al extremo de concluir que nada puede calificarse como bueno o malo y, en consecuencia, cada quien puede hacer lo que le venga en gana.

La democracia, mal entendida, es uno de los instrumentos del relativismo. En este sistema la “verdad” se construye con la decisión de las mayorías.

Cuando el mecanismo se limita a establecer las formas para decidir y elegir hay una democracia hueca, sin contenidos, a la que le estorban los principios y los valores. De este modo se pueden “democratizar” los vicios, imponer leyes absurdas; absolver culpables y condenar inocentes. No habrá problema alguno si se siguieron las formalidades y si las mayorías así lo aceptan.

El demócrata hueco tiende al pragmatismo. Hace o deja de hacer las cosas en la medida que se generan dividendos, sin importar los principios. Busca eficacia, sin perjuicio de recortar las ideas y los ideales. El peligro de la democracia hueca es más evidente cuando advertimos la facilidad con que se pueden construir las mayorías.

Somos testigos de la forma en que líderes sin escrúpulos, para consolidar una supuesta opinión mayoritaria, pueden adquirir voluntades manipulando, seduciendo, imponiendo criterios por la fuerza, aterrorizando o simplemente comprándolas. Abusando de las necesidades o de las debilidades humanas.

Una verdadera democracia defiende la dignidad de cada persona. Debe servir para garantizar los derechos humanos, que son inviolables. Es un instrumento para la búsqueda del bien. En este sentido, se reconoce que existen valores fundamentales que se deben respetar.

Debemos entender que la democracia no puede ser un fin en sí misma sino una herramienta para lograr algo. Se le aprecia en la medida que permite la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos y garantiza la posibilidad de elegir a los gobernantes, al mismo tiempo que nos suministra de instrumentos para controlar a los mandatarios y buscar un sano equilibrio entre la libertad personal y el bien común.

No debemos temer a la verdad, aunque muchas veces nuestras propias limitaciones nos impidan comprenderla a cabalidad. Al contrario, es nuestra obligación formar una recta razón que nos permita reconocer la existencia de principios fundamentales. No queremos democracias huecas. Los derechos humanos, la justicia, el bien, la libertad, son un contenido valioso.

Queremos una democracia de verdad, con verdad y para la verdad.
 
Publicado en La Nación. 2005.

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