Francisco Y. Madero

Sorpresa ha causado la revelación de que la “I” con que se abrevia el segundo nombre del Presidente Madero corresponde al nombre de Ygnacio, después de que, durante años, se nos decía en las escuelas que esa “I” significaba Indalecio.

Para despejar las dudas, en la página del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) se muestran copias del acta de nacimiento y de la fe de bautismo, así como un breve artículo de Alejandro Rosas, con los que se demuestra que el nombre correcto es FRANCISCO YGNACIO MADERO. Sí, Ygnacio, con Y griega.

No queda claro en que momento comenzó a difundirse la equivocación. Lo cierto es que el tema siempre fue materia de debate entre los niños de primaria. Recordamos, incluso, a aquellos compañeros que cometían el error de creer que Francisco y Madero eran dos personas distintas, y los chascarrillos que se hacían al respecto.

Este asunto nos da una probada sobre la forma en que se construye la “historia oficial”. ¡Cuántas mentiras se han convertido en dogma de fe!

La anécdota nos da pretexto para recordar al apóstol de la democracia. El hombre que fue capaz de llegar a la Presidencia de la República, luchando por el sufragio efectivo, provocando que Porfirio Díaz abandonara el poder que detentaba.

Madero gobernó al país durante 15 meses, una vez que logró ganar, por segunda ocasión, en unas elecciones que se consideraron libres y limpias.

Fue un verdadero demócrata. Respetó la división de poderes; pero sobre todo, destacó por su respeto absoluto a la libertad de expresión, a grado tal, que los historiadores se refieren a los medios de aquella época, como perros que mordieron la mano de aquel que les quitó el bozal.

Un golpe de estado acabó con el proyecto de Madero y México tuvo que esperar casi 90 años para reiniciar la construcción de una democracia sólida. Ahora nos toca a nosotros vigilar esa edificación y defenderla, para que no caigamos nuevamente en la tentación de permitir que cualquier tiranuelo detenga la idea de erigir un país grande y justo.

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