¿Puede un solo hombre salvar un país o representarle un peligro?
La pregunta nos lleva al viejo debate sobre el papel del hombre en la historia. La disyuntiva entre los que piensan que un solo individuo puede ser capaz de jalar la carreta del destino; y, los que aseguran que ya todo está determinado y que por lo tanto sale sobrando lo que un sujeto haga o deje de hacer.
En la elección presidencial de 2006 se presentó esa polémica. Buena parte de las campañas políticas giraron alrededor de una sola frase: “López Obrador, ¡Un peligro para México!”.
“¡Al diablo con las instituciones!”, gritaba el candidato López Obrador. Tenía claro que para llegar al poder, resultaba conveniente para su causa desgastar las reglas del juego. Pegarle al Presidente de
Curzio Malaparte, en su obra “TÉCNICA DEL GOLPE DE ESTADO”, al explicar las tácticas de Trotzki, demuestra que no se requiere de las mayorías para arrebatar el poder. Para lograrlo, es suficiente con un pequeño grupo, decidido y entrenado para crear desorden y agotar las fuerzas que cohesionan a la sociedad.
Han pasado los meses y allí sigue López Obrador, golpe tras golpe, con un objetivo claro. Debilitar las instituciones. Sabe que una sociedad con instituciones débiles, se colapsa. Trabaja para destruir. Pareciera no importarle que la reconstrucción de una sociedad en ruinas cuesta mucho. Mucho dinero. Mucho tiempo. Muchas vidas.
Por otra parte, debe apreciarse que la construcción de políticas públicas requiere de cooperación y coordinación. En ese sentido, se deben cimentar estructuras que permitan respetar los pesos y contrapesos. El levantamiento de una sociedad ordenada implica reconocer que día a día van cambiando las relaciones de poder. En este sentido, se debe considerar que siempre habrá un punto más allá en el camino. Sacar adelante a nuestro país implica mucho más que la voluntad de un solo hombre.
No debe dejar de apreciarse que, en un sistema como el mexicano, aún con los crecientes pesos y contrapesos, el gobierno cuenta con una serie de herramientas, que utilizadas sin escrúpulos, sin ninguna duda pueden servir para adquirir “voluntades”, ya sea comprándolas o robándolas por la vía del miedo. Si un solo hombre, sin el poder de la presidencia ha logrado sacudir a las instituciones, ¿qué podría hacer si contara con todos los implementos del poder?
Ningún individuo puede, por si mismo, ser la salvación de un país. Paradójicamente, un puñado de personas decididas pueden representar un grave peligro en la construcción de un estado democrático de derecho. No hay duda, ¡es más fácil destruir que construir!
No perdamos de vista a López Obrador. No nos vayamos con la finta de que su popularidad va en picada y que por lo tanto ya no representa ningún peligro. Con instituciones débiles, no necesita de las mayorías para arrebatar el poder.
Las técnicas de salvación nos implican a todos. ¡Hagamos nuestra parte!